Amparándome en el suculento anonimato que tiene esto de la Red, voy a contar una "anégota" [anécdota, que decía mi hermano cuando era pequeño] que me pasó hoy en el trabajo.
Resulta que cada mes acumulamos un buen montón de residuos metálicos, quizás una tonelada, kilo arriba, kilo abajo, de restos de embalajes de mercancías (cintas, cuñas, clavos, alambre, etc.).
Para deshacernos del problema, solemos llamar a un chatarrero que viene con un camión con grúa-pluma y que se tira dos horas o más retirando la chatarra, y que aún por encima, no barre ni limpia el suelo para aprovechar los fragmentos pequeños, con lo cual, y unido a que la chatarra se deposita en una plaza de aparcamiento, el que llega tarde se tiene que meter allí con el riesgo de que se te clave una punta o un cacho de alambre en una rueda, con el pinchazo y consiguiente cabreo. Y además el señoriño en cuestión, aparte de ser un ungulado rectilíneo, es más agarrado que un pasamanos de bronce y paga una mierda por kilo de chatarra retirado.
Pues hoy aparece por la puerta una familia de gitanos que parecían sacados de un gag de Gomespuma, vamos, la Familia Peláez en persona. Nos preguntan si se pueden llevar la "tacharra" de fuera y les preguntamos que cuánto pagan. Pues pagaban el doble que el Cara de Cona de la grúa, con la típica furgoneta blanca toda escarallada matrícula de Cáceres, y cuatro personas recogiendo A MANO (y algunos sin guantes) toda la chatarra.
29 minutos y 43 segundos tardaron en recoger la chatarra, por éstas que son cruces y si miento que desaparezcan Madrid, Barsa y Celta a la vez, y lo mejor: NI UN CACHO QUEDÓ EN EL SUELO, hasta lo barrieron, vamos que se podían comer papas de millo con leche en el suelo. Eso sí, "fastura" no hacen. Acojonante.
Os confieso que aún me dura el alucine y eso que fué ya hace más de cuatro horas. Pero la moraleja es clara: no hay nada como andar con el Traxe de Bú (unha man diante e outra no cú) para apreciar hasta la última oportunidad de negocio, y que no hay trabajo indigno: indignos somos los que despreciamos a los que hacemos lo que nosotros no queremos hacer. La memoria es una Dulce Cabrona que sólo nos hace recordar lo bueno y pocas veces lo malo o lo terrible. Y aquí nos hemos olvidado que lo que ahora no queremos hacer en nuestro país, nuestros padres, tíos o abuelos lo tuvieron que ir a hacer a otros países, aún incluso como en el caso de gran parte de mi familia, poniendo tierra y mar de por medio.
En Fin, Pilarín, mañana más. Saludoj cordialej.
1 comentario:
Nada que engadir. Unha anécdota divertida e reveladora, da cal eres quen de sacar unha reflexión inapelable. Grande.
Efectivamente, somos uns malcriados. E os da miña xeración máis aínda. Dito iso, ninguén debería ter que recoller lixo sen guantes.
Os mesmos que se aproveitan do traballo desta xente logo se sinten incómodos cando os cruzan pola rúa. Hai moita hipocresía, comezando pola Moncloa e rematando en Mesoiro. Creo que nos entendemos.
Saúde!
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