Creo recordar que fue D. Severo Ochoa, unos de nuestros Premios Nobel, el que dijo que “la prueba más viva de que el ser humano existe es su capacidad de asombro. El día que deje de asombrarse, desaparecerá”. Y la verdad es que uno no deja de sorprenderse un día sí y otro también: Obama, Premio Nobel de la Paz...
Lo primero y fundamental, recuperarse del asombro, y preguntarse ¿por qué? ¿qué ha hecho por merecer el galardón?
Los Nobel dicen que se lo dan por “los extraordinarios esfuerzos" del presidente de EEUU para “fortalecer la diplomacia internacional y la cooperación entre los pueblos"... pregunto: ¿se terminaron las guerras de Oriente Medio, Irak y Afganistán? ¿Hemos superado la crisis mundial? ¿es hoy el mundo más justo que ayer?
¿Debo cambiar de periódico y emisora porque me están engañando como a un pardillo y no me estoy enterando de nada? ¿o este último cuento se lo deberían aplicar los miembros del jurado?
Bromas aparte, lo peligroso y preocupante de este galardón es que por muy centrado que estés mental y físicamente, un premio de esta categoría envanece al más pintado, pues como dice el proverbio castellano, “el halago debilita”. Y lo que es peor, puede dar al interesado una visión sesgada de que no todo está tan mal, y caer en el conformismo y/o en la autocomplacencia con la que está cayendo ahí fuera.
Y si no fuera así, y realmente llagara a conseguir algo en un mandato en el que por ahora está pinchando en hueso una y otra vez ¿qué premio le damos entonces? ¿empleado del mes? ¿gallego del año por El Correo Gallego?
Deslumbramiento: eso es lo que creo que los miembros del jurado del Nobel han sufrido. Deslumbramiento ante la novedad de un presidente afroamericano, ante su verbo fácil pero hueco, ante LA NOVEDAD después de los años de ladrillo (ya ni de plomo) del anterior inquilino de la Casa Blanca. Y también ante la realidad que nos rodea, como decía Oriana Fallaci en su libro “el orgullo y la rabia”, la necesidad de creer en algo o en alguien, de agarrarnos a un clavo ardiendo. Y ese clavo hoy se llama Barack [Hussein] Obama. Ni más ni menos.
Lo primero y fundamental, recuperarse del asombro, y preguntarse ¿por qué? ¿qué ha hecho por merecer el galardón?
Los Nobel dicen que se lo dan por “los extraordinarios esfuerzos" del presidente de EEUU para “fortalecer la diplomacia internacional y la cooperación entre los pueblos"... pregunto: ¿se terminaron las guerras de Oriente Medio, Irak y Afganistán? ¿Hemos superado la crisis mundial? ¿es hoy el mundo más justo que ayer?
¿Debo cambiar de periódico y emisora porque me están engañando como a un pardillo y no me estoy enterando de nada? ¿o este último cuento se lo deberían aplicar los miembros del jurado?
Bromas aparte, lo peligroso y preocupante de este galardón es que por muy centrado que estés mental y físicamente, un premio de esta categoría envanece al más pintado, pues como dice el proverbio castellano, “el halago debilita”. Y lo que es peor, puede dar al interesado una visión sesgada de que no todo está tan mal, y caer en el conformismo y/o en la autocomplacencia con la que está cayendo ahí fuera.
Y si no fuera así, y realmente llagara a conseguir algo en un mandato en el que por ahora está pinchando en hueso una y otra vez ¿qué premio le damos entonces? ¿empleado del mes? ¿gallego del año por El Correo Gallego?
Deslumbramiento: eso es lo que creo que los miembros del jurado del Nobel han sufrido. Deslumbramiento ante la novedad de un presidente afroamericano, ante su verbo fácil pero hueco, ante LA NOVEDAD después de los años de ladrillo (ya ni de plomo) del anterior inquilino de la Casa Blanca. Y también ante la realidad que nos rodea, como decía Oriana Fallaci en su libro “el orgullo y la rabia”, la necesidad de creer en algo o en alguien, de agarrarnos a un clavo ardiendo. Y ese clavo hoy se llama Barack [Hussein] Obama. Ni más ni menos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario