Asistimos estos días a una ceremonia de la confusión en relación al caso Repsol y su posible compra por parte del sector energético ruso. Y no es un asunto baladí que nos deba dejar indiferentes.
La posible compra de una participación entre el 20 y el 30% de Repsol por parte de Lukoil sería una muy mala noticia para el sector energético español, donde la presencia de Repsol es de monopolio virtual, por mucho que se empeñen las autoridades económicas en decirnos que estamos ante un mercado de libre competencia. Raro es el municipio, o rara la carretera en la que no nos encontremos con una gasolinera de esta marca, y el hecho de que dejase de ser una marca española podría tener consecuencias muy negativas para nuestros bolsillos. Vamos a explicar por qué.
Repsol nace como una división de lubricantes para motores de la Compañía Arrendataria del Monopolio de Petróleos, S.A., (CAMPSA), fundada por José Calvo Sotelo, a la sazón Ministro de Hacienda, durante la Dictadura de Primo de Rivera (1923-1930). En la década de 1980 se produce la segregación y potenciación de Repsol en vistas a una privatización parcial mediante la salida a Bolsa de parte de su capital.
Durante el primer Gobierno Aznar (1996-1999), y ante la acuciante necesidad de fondos para cumplir los criterios de entrada al Euro, mediante la reducción del galopante déficit público existente, se procede a la privatización de una serie de empresas públicas (Argentaria, (hoy integrada en el BBVA), Endesa, etc.), y cómo no, Repsol. La eficacia de estas medidas por parte del Gobierno fue claramente visible, hasta el punto de que España llega al Euro en mejores condiciones incluso que grandes expresos europeos como Alemania e Italia.
Sin embargo, esta política, como todo en la vida, debió ser objeto de una moderación que no existió, y esa moderación debería haber pasado por no poner a la venta la totalidad o la mayoría del capital social de empresas en sectores estratégicos: tal es el caso de Endesa, y más aún el caso de Repsol. Ningún país puntero en Europa (Alemania, Francia, Italia, etc.) privatizó sectores estratégicos de su economía ante una posible amenaza exterior en el orden económico. Y ahora aquellos polvos trajeron estos lodos: ante una situación de pinchazo de la burbuja inmobiliaria y la crisis financiera, el principal accionista de Repsol, la constructora Sacyr en primer lugar y en segundo lugar, algunas entidades financieras como la Caixa, necesitan hacer caja desesperadamente ante el batacazo que se avecina, si es que no estamos ya en él.
El peligro de una desnacionalización de una empresa tan vital para nuestra economía surge ahora del Este, de una Rusia que tras la implosión de la Unión Soviética en 1.991, y amparada por sus inmensos recursos naturales, se lanza, como todo nuevo converso que se precie, a un capitalismo salvaje y “a la Rusa”, avasallando a quien no piense como él o se interponga en su camino. Un ejemplo reciente es el del conflicto de Osetia del Sur o los incidentes con el suministro de gas a Ucrania.
Mal asunto y mal pinta, y más con un Gobierno con un presidente a la cabeza que se limita a sonreír, y que como pitoniso no tiene precio (“ésta será la legislatura década del pleno empleo”, etc., etc., etc.). Es más, lo peligroso del caso, y viendo el tema desde una óptica nacional, es que la posición de monopolio imperfecto de Repsol puede llevar a una escalada de precios que repercutan de forma incluso brutal en el consumidor, y más teniendo en cuenta de quien hablamos. Y lo que es peor, Repsol es la entrada por la puerta de atrás a Gas Natural y Unión Fenosa, empresas en las que es un accionista muy significativo.
Urge, pues, una toma de postura más enérgica por parte del Gobierno, dejar de sonreír, y buscar a los llamados por el Sr. Zapatero “campeones nacionales” para reforzar la posición española en Repsol, pues por el momento, nuestra dependencia de petróleo es de las más altas de los países más desarrollados, con los que nos dejaría a merced de un capitalismo neoconverso y desaprensivo como es el capitalismo ruso.
La posible compra de una participación entre el 20 y el 30% de Repsol por parte de Lukoil sería una muy mala noticia para el sector energético español, donde la presencia de Repsol es de monopolio virtual, por mucho que se empeñen las autoridades económicas en decirnos que estamos ante un mercado de libre competencia. Raro es el municipio, o rara la carretera en la que no nos encontremos con una gasolinera de esta marca, y el hecho de que dejase de ser una marca española podría tener consecuencias muy negativas para nuestros bolsillos. Vamos a explicar por qué.
Repsol nace como una división de lubricantes para motores de la Compañía Arrendataria del Monopolio de Petróleos, S.A., (CAMPSA), fundada por José Calvo Sotelo, a la sazón Ministro de Hacienda, durante la Dictadura de Primo de Rivera (1923-1930). En la década de 1980 se produce la segregación y potenciación de Repsol en vistas a una privatización parcial mediante la salida a Bolsa de parte de su capital.
Durante el primer Gobierno Aznar (1996-1999), y ante la acuciante necesidad de fondos para cumplir los criterios de entrada al Euro, mediante la reducción del galopante déficit público existente, se procede a la privatización de una serie de empresas públicas (Argentaria, (hoy integrada en el BBVA), Endesa, etc.), y cómo no, Repsol. La eficacia de estas medidas por parte del Gobierno fue claramente visible, hasta el punto de que España llega al Euro en mejores condiciones incluso que grandes expresos europeos como Alemania e Italia.
Sin embargo, esta política, como todo en la vida, debió ser objeto de una moderación que no existió, y esa moderación debería haber pasado por no poner a la venta la totalidad o la mayoría del capital social de empresas en sectores estratégicos: tal es el caso de Endesa, y más aún el caso de Repsol. Ningún país puntero en Europa (Alemania, Francia, Italia, etc.) privatizó sectores estratégicos de su economía ante una posible amenaza exterior en el orden económico. Y ahora aquellos polvos trajeron estos lodos: ante una situación de pinchazo de la burbuja inmobiliaria y la crisis financiera, el principal accionista de Repsol, la constructora Sacyr en primer lugar y en segundo lugar, algunas entidades financieras como la Caixa, necesitan hacer caja desesperadamente ante el batacazo que se avecina, si es que no estamos ya en él.
El peligro de una desnacionalización de una empresa tan vital para nuestra economía surge ahora del Este, de una Rusia que tras la implosión de la Unión Soviética en 1.991, y amparada por sus inmensos recursos naturales, se lanza, como todo nuevo converso que se precie, a un capitalismo salvaje y “a la Rusa”, avasallando a quien no piense como él o se interponga en su camino. Un ejemplo reciente es el del conflicto de Osetia del Sur o los incidentes con el suministro de gas a Ucrania.
Mal asunto y mal pinta, y más con un Gobierno con un presidente a la cabeza que se limita a sonreír, y que como pitoniso no tiene precio (“ésta será la legislatura década del pleno empleo”, etc., etc., etc.). Es más, lo peligroso del caso, y viendo el tema desde una óptica nacional, es que la posición de monopolio imperfecto de Repsol puede llevar a una escalada de precios que repercutan de forma incluso brutal en el consumidor, y más teniendo en cuenta de quien hablamos. Y lo que es peor, Repsol es la entrada por la puerta de atrás a Gas Natural y Unión Fenosa, empresas en las que es un accionista muy significativo.
Urge, pues, una toma de postura más enérgica por parte del Gobierno, dejar de sonreír, y buscar a los llamados por el Sr. Zapatero “campeones nacionales” para reforzar la posición española en Repsol, pues por el momento, nuestra dependencia de petróleo es de las más altas de los países más desarrollados, con los que nos dejaría a merced de un capitalismo neoconverso y desaprensivo como es el capitalismo ruso.
Veremos lo que pasa: como decía un viejo de mi pueblo, “háse saber”.
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