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lunes, 9 de abril de 2012

Desayuno con Pimientos

Como quien no quiere la cosa, 24 años, 10 meses y 8 días habían pasado ya desde la última vez que quien esto suscribe vió un partido del Depor en vivo y en directo por la mañana, en aquellas matinales de Vallecas, cuando nos partíamos el alma en un play-off absurdo en el que se nos cruzó seis días después un árbitro como Diaz Vega, un equipo como el Celta y un Alvelo que se tiró al suelo dentro del área de Riazor y que hoy ve los toros desde la barrera sentado en una silla. Con un desayuno a medio digerir y una de pimientos en una sesión vermú en la que no tocaba la Orquesta Panorama, pero que podía ponerse el panorama muy turbio de no ganar y tener que ir a Balaídos al domingo siguiente en un Audi de bajo coste (A2, A3, etc.).

Y entonces apareció un Murcia haciendo suya la frase favorita de Peter Griffin, zás, en toda la boca, con un leñazo al biés y a un Aranzubía deslumbrado por el sol o el cambio de hora, vaya usted a saber. Mal se ponían las cosas de principio y hacia un suelo verde y resbaladizo miraban los nueve habituales más Ayoze y Aythami como recambio para la ocasión. Miedito. Miedito, y sobre todo ante el mismo equipo que, veinte años antes, dilapidó un ascenso que tenía en la mano con una ventaja igual o equivalente a la nuestra para que, al final, subiéramos nosotros y el Mítico Alba y ellos se estrellaran en la promoción con un Zaragoza que había llegado a ella por una mefistofélica carambola. El panorama se veía todo rojo agranatado, mientras un árbitro de amarillo limonero se empeñaba en sacar los colores a la grada y jugadores con arbitraje al nivel de la categoría. Y fueron pasando los minutos mientras la grada se contagiaba de la somnolencia de unos Blues casi seguro que insomnes en la vigilia de velar armas ante tan tempranero lance, hasta que la magia del Mago nos sacó a todos del sopor usando lo que mejor le define, su cabeza, con el empate a uno. A partir de ahí, el Depor comenzó a creer otra vez en sí mismo, Riki volvió a recordar su infancia de partidos madrileños de categorías inferiores jugados a igual hora, e imitando al Mago, usó también la cabeza para terminar de poner las cosas en su sitio. El colofón final con un Lassad que le quitó el polvo a la lengüeta de las botas a pase de un Bruno Gama que llama a gritos a la puerta de la selección portuguesa: al tiempo…

Y como se suele decir al final de un buen episodio de tu serie favorita, ya somos felices ¿y ahora qué hacemos? Pues prepararse para lo que Dios (o Lendoiro dirán) puede ser una ratonera, o una emboscada, siete días después y a igual hora: lo que no estará claro si la invasión blitzkrieg a golpe de diesel, gasolina y cuatro ruedas de la ciudad rival será, o que nosotros seamos los rusos invadiendo Berlín (ganamos), o los alemanes buscando un sitio por donde escapar ante la tormenta de acero que se nos viene encima en un Stalingrado al borde del mar (perdemos). Después de tal esperadísimo partido, otros tres puertos de montaña dignos del mejor Tour de Francia para decidir, si volvemos a gritar a Barça y a Madrid que estamos aquí o cantar un año más que daríamos hasta el último suspiro por volver a donde nunca nos debimos de ir por obra y gracia de infinitos errores, una crudelísima carambola y un alopécico triste. Pero eso, como decía el barman en “Irma la Dulce”, es otra historia.

sábado, 27 de agosto de 2011

La Bombi y el Lugar del Crimen

Caminaba pensativo hacia Riazor junto con el otro miembro con el que en mi casa formamos la mayoría cualificada a la que nos gusta el fútbol, bajo un sol de octubre y ese alisio frío que en Coruña se llama viento Nordeste, con la sensación que el asesino debe de tener cuando de forma irracional vuelve al lugar del crimen; cuando se vuelve al lugar donde la fechoría se hizo carne tres meses atrás con un cómplice alopécico y depresivo. Y caminaba hecho un mar de dudas, enfundado en una camiseta con el cuello tatuado con el nombre del equipo que atesora todos los títulos posibles de un fútbol siempre minifundista y restador como es el fútbol gallego, sobre cómo afrontaré y afrontará el equipo una marathón de 42 partidos en una categoría en la que mirar de reojo es señal de perderlo, o para que el penalti se haga vida, debe surgir al menos la mitad de la masa encefálica del agredido, o que su pierna aparezca en la rotonda de la Torre de Hércules.


Volvía el Depor al lugar de donde salió cuando era para muchos sólo el deportiviño, aquél grupo de once hombres que vagaba por una España con el mismo autobús un año sí y otro también, donde transitaba por aquellas carreteras donde adelantar significaba arriesgarse a encontrarse de frente a todos tus recuerdos en diapositivas, antes de que tu medio de transporte se convirtiera en pieza codiciada del chatarrero del lugar. Y volvía con un mar de dudas de cómo se adaptaría a la nueva categoría, de quién surgiría el primer hachazo o el primer achique de espacios tan propio de la segunda, pero con una afición a la espalda que en los fondos del estadio respondió a pesar de la tentación de una playa que llamaba a lo lejos, pero que sólo afectó a las gradas de rentas teóricamente más altas.


Comenzó el partido con un gol de Colotto al estilo de ¿he sido yo? y con un Manu en la portería visitante al estilo de Nino Bravo en lo de cantante. Parecía que la leyenda que sabían los más viejos del lugar, aquellos que sí recordaban al deportiviño, de sufrir y pedir la hora un día sí y otro también, iba a ser un cuento más de viejos para asustar a los más jóvenes. Parecía que la camiseta blanquiazul tuviera para un equipo onubense oxidado y sin ideas los faros de luces largas propios de un camión desbocado que se te echa encima prometiéndote un aplastamiento rápido e indoloro. Pero lo que parecían ser los minutos musicales propios y previos a aquél programa de la tele que llevabas esperando tanto tiempo, a medida que el partido se iba consumiendo, se parecían cada vez más a la música del cuarteto de cuerda del Titanic, con una defensa en la que Colotto eclipsaba a Manolo y a Aythami, y a la espera de un Ayoze en fase de aclimatación, no se sabe si a sus paisanos o al verdor de la hierba.


Seguía el Depor tocando el balón con el vértigo de no querer hundirse en un centro del campo convertido en antimateria con una dupla Jesús Vázquez-Alex que tiene que dar más de sí y no convertirse en un agujero negro que acabe arrastrando a un Valerón hoy sumergido entre un bosque de piernas negras como Stanley en el Congo, o un Tiburón Alvarez que parece nadar mejor en las aguas turbias de segunda que en las claras de primera, donde al submarino que te dará las tuyas y las de un bombero, lo ves venir desde Logroño.


Se vió también la voluntad de cambio y aplicación de un Guardado que se fajó contra todo y contra todos, y al que casi le sacan por la espalda con una tarjeta de visita con tacos de goma, la tarjeta de embarque en el trineo de Santa Claus destino Dios o Lendoiro saben dónde. Un Aranzubía vestido de rojo sangre que parecía una indirecta ante la falta de hematíes de una defensa a la que le sacó los colores [rojos] con unas paradas soberbias y que le hacen acreedor un año más al trofeo de mejor jugador, y van... Y un riki al que aún ahora cuando estoy escribiendo esto, me azota la duda de saber si lo que le hace falta es un manual de autoayuda o uno de instrucciones sobre cómo y donde hay que meter la bolita; o un Lassad al que no se sabe si le afecta el ramadán o la falta de partidos, a un Salomâo que por ahora parece más a un Salchichâo que otra cosa.


En fin, sólo cabe en esta hora del comienzo llamar a indulgencia plenaria de aquellos que como Homer Simpson en el submarino era su primer día, y quizás fichar a aquél torero de la peli de Berlanga que se llamaba limeño, no por la Lima del Perú, si no por la de ajustar, para que se pulan y pronto todos aquellos defectos que no nos hagan decir que un partido se gana sólo por la camiseta y no por una maquinaria bien engrasada (y pulida). Y aún así, no sé vosotros, pero yo sí, hoy se vió más futbol en 10 minutos que en todo el año pasado con el Calvo Innombrable. Como decía la Bombi: por que seráaaa...?










jueves, 28 de julio de 2011

Las tres Ps

Muy buenas:

Ya se avecina la nueva temporada, en menos de un mes ya estamos en marcha.
Sin embargo, y antes de empezar, quisiera aclarar varias cosas que deberíamos tener en cuenta antes de meternos en faena, y que no son más que las tres Ps para sobrevivir en una categoría como la segunda división:
A) PACIENCIA: Si con lotina el año pasado yo pedí paciencia este año más: no vamos a subir en octubre, y una competición como la de segunda con 42 partidos es como dijo Toshack cuando estaba aquí y la primera eran 22 equipos: "es una marathón, sólo que no son 42 Kilómetros, son 42 partidos". Y 42 partidos en los que los rivales van a ir a por nosotros en el sentido más literal del término, con el handicap añadido de sólo dos puestos de ascenso y un play-off para el tercero...
B) PRUDENCIA: como dijo Arsenio, "nin son tan bó agora nin era tan malo antes". Y viceversa. Ni tirar la toalla a las primeras de cambio, ni dejarse llevar por la euforia si ganamos los 4 primeros partidos.
Empezar bien es fundamental y más en una categoría en la cual la igualdad es la tónica dominante, una categoría en la que se ha visto una vez sí y otra también a equipos en la mitad de la tabla a falta de 10 partidos para el final, meterse en primera por haber ganado todos o casi todos los partidos restantes, o por lo contrario, irse al pozo de segunda B (e incluso más abajo) de la forma más tonta por perder o no ganar esos 10 partidos.
Siempre me acuerdo del caso del Cádiz en la temporada 1982-83, donde al final de la primera vuelta estaba en mitad de la tabla en segunda, y al final subió a primera sobrándole victoria y media.
y C) PERSPECTIVA: saber de dónde venimos es una buena piedra de toque para restaurar una autoestima herida en un principio por un descenso traumático como el que hemos sufrido, y donde la gente ha reaccionado de una manera tan formidable, y que os digo a título particular, que me ha dejado a medio camino entre alucinado y profundamente conmovido. Pero de la misma forma que ello nos sirve para salir del pozo, nos debe servir para ver que adonde llegamos en su día fué a base de un esfuerzo por parte de todos muchas veces hasta sobrehumano. Y que por tener seis títulos no tenemos NADA ganado, y que para nuestros oponentes vamos a ser un reto a superar, en todos y cada uno de los partidos en los que se enfrenten a nosotros.
Y al Eterno rival, de cuyo nombre ya ni me acuerdo, lo que dijo Lendoiro, pero con otras palabras: "que Deus che dea a tí o que me desexas tí a mín dúas veces"...
He dicho.

miércoles, 7 de julio de 2010

El "efecto Rahn"

Pues sí. Nos hemos metido en la final del Mundial: increíble pero cierto. Quién nos iba a decir hace casi un mes que después de la debacle contra Suiza y todos los augurios de "id cogiendo billete, que nos volvemos a casa", ahora estamos en el "¿dónde se coge un billete para estar el domingo allí en la final?"
El fútbol como anestesia, como terapia de grupo, como estado de ánimo colectivo, palabras dichas y redichas diez millones de veces, pero que no dejan de ser verdad. De aquí al domingo, a ver quién se acuerda del paro, de la crisis, de la huelga general de septiembre, del Inquilino de la Moncloa y Ministro de Deportes (qué cosas).
Y pensando en todo eso, me acuerdo de algo que leí hace tiempo.
En el mundial de Suiza, en 1954, reinaba la todopoderosa Hungría de los Kocsis, Czibor y del involvidable "Pancho" Puskas: todo parecía encaminado a un paseo militar de los magiares ante una Alemania del Oeste que luchaba por salir de los escombros de la devastación de la Segunda Guerra Mundial, una Alemania dividida traumáticamente, aún no por un muro físico que surgiría siete años después en Berlín, pero que era ya la vanguardia de una Guerra Fría en ciernes.
Una Alemania que sufrió en la fase previa el aplastante rodillo húngaro, con un 7-2 que hacía presagiar que la historia se repetiría una vez más en aquella final de Berna. Pero no: surgió el milagro, y aquél milagro en forma de remontada en el gol de Helmut Rahn fué el pistoletazo de salida del resurgimiento de Alemania como pueblo, como colectivo y motor de Europa. Creo recordar que fué el propio Günter Grass, premio Nobel de Literatura, el que recordó que aquella victoria supuso el empujón, el espaldarazo, el bálsamo curativo que hizo que los alemanes volvieran a creer en sí mismos.

Ojalá que el domingo, ante una Holanda que llega después de ganar, al igual que España los diez partidos de su fase de clasificación, se vuelva a producir ese milagro, ese "efecto Rahn" que, en medio de la crisis tan atroz que estamos sufriendo, nos permita volver a levantar la cabeza a todos, en volver a creer en nostros mismos. Entonces, como en aquella tarde de julio en Berna, el fútbol volverá a tener el sentido que entonces tuvo: el final de la cuesta abajo y el principio del camino a la cumbre, entonces para Alemania, el domingo para nosotros. Así sea.