Pues sí. Nos hemos metido en la final del Mundial: increíble pero cierto. Quién nos iba a decir hace casi un mes que después de la debacle contra Suiza y todos los augurios de "id cogiendo billete, que nos volvemos a casa", ahora estamos en el "¿dónde se coge un billete para estar el domingo allí en la final?"
El fútbol como anestesia, como terapia de grupo, como estado de ánimo colectivo, palabras dichas y redichas diez millones de veces, pero que no dejan de ser verdad. De aquí al domingo, a ver quién se acuerda del paro, de la crisis, de la huelga general de septiembre, del Inquilino de la Moncloa y Ministro de Deportes (qué cosas).
Y pensando en todo eso, me acuerdo de algo que leí hace tiempo.
En el mundial de Suiza, en 1954, reinaba la todopoderosa Hungría de los Kocsis, Czibor y del involvidable "Pancho" Puskas: todo parecía encaminado a un paseo militar de los magiares ante una Alemania del Oeste que luchaba por salir de los escombros de la devastación de la Segunda Guerra Mundial, una Alemania dividida traumáticamente, aún no por un muro físico que surgiría siete años después en Berlín, pero que era ya la vanguardia de una Guerra Fría en ciernes.
Una Alemania que sufrió en la fase previa el aplastante rodillo húngaro, con un 7-2 que hacía presagiar que la historia se repetiría una vez más en aquella final de Berna. Pero no: surgió el milagro, y aquél milagro en forma de remontada en el gol de Helmut Rahn fué el pistoletazo de salida del resurgimiento de Alemania como pueblo, como colectivo y motor de Europa. Creo recordar que fué el propio Günter Grass, premio Nobel de Literatura, el que recordó que aquella victoria supuso el empujón, el espaldarazo, el bálsamo curativo que hizo que los alemanes volvieran a creer en sí mismos.
Ojalá que el domingo, ante una Holanda que llega después de ganar, al igual que España los diez partidos de su fase de clasificación, se vuelva a producir ese milagro, ese "efecto Rahn" que, en medio de la crisis tan atroz que estamos sufriendo, nos permita volver a levantar la cabeza a todos, en volver a creer en nostros mismos. Entonces, como en aquella tarde de julio en Berna, el fútbol volverá a tener el sentido que entonces tuvo: el final de la cuesta abajo y el principio del camino a la cumbre, entonces para Alemania, el domingo para nosotros. Así sea.
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