
Hoy me he encontrado en el Facebook (qué maravilla esto de las nuevas tecnologías), que un colegui se nos ha hecho fan de Monte Alto. Alto el carro. Se me ha parado todo: el tiempo, el cuerpo, la cabeza... pffff. Cuántos recuerdos.
Pues sí: yo también “te soy de Monte Alto”. Aunque nacido en la otra punta de la City (entonces no había ni Centro de Salud), soy vecino y me considero como tal a pesar de que ya no vivo allí desde Septiembre de 1.972: con cinco años escasos me fui al “exilio” (jejejeje) del Agra del Orzán.
Y además de Monte Alto, de la Vereda del Polvorín, (ex-Calle de la Mierda, con perdón, y añado yo, a mucha honra!). Mi familia materna llegó al barrio a principios de la década de 1.940, a una de esas casas clónicas de bajo y dos pisos sin ascensor que aún hoy se ven por el barrio (se ve que el molde dió para mucho). Un barrio del que tengo mis primeros recuerdos, sin coches (cada 6 meses pasaba uno, jajajajajaja), y donde podías jugar en la calle hasta las tantas sin tener que estar como hoy atado a la pierna de tus padres o abuelos.
Es increíble cómo a pesar de la poca edad que tenía entonces conservo recuerdos, colores, olores de un barrio que hasta la mitad de los 1990 estaba exactamente igual, con la misma gente pero ya envejecida (se podría haber hecho una película de época poniendo dos o tres coches y tiñendo el pelo a la gente).
De la gente del barrio puedo hablar de los vecinos más próximos de los Franco-Jorge, cuya amistad conservamos en la familia como paño en oro, a pesar de los años transcurridos y de que la vida nos llevó a cada uno por su lado; de los Blanco, los vecinos de arriba, legión de gente trabajadora e impagable, y sobre todo de un personaje muy amigo de mi abuelo y que yo sólo conocía por el nombre de Franco, el sastre. Cada vez que mi abuelo llegaba a casa y le decía a mi madre “veño de ver a Franco”, yo me imaginaba que venía de ver al Caudillo y pensaba “joder, qué abuelo más importante tengo, habla con el Caudillo” (imaginaos la escena, una habitación a oscuras y Franco al fondo con una luz sobre su cabeza y mi abuelo con la boina en la mano en señal de respeto).
Y sobre todo, los más y mejores recuerdos, los de todos y cada uno de los rincones del barrio, de una punta a otra, desde la Torre de Hércules hasta la Plaza de España y las Atochas, de un barrio de gente humilde pero auténtica, donde todos nos conocíamos y sabíamos las obras y milagros de cada uno (y eso que no había Internet).
Recuerdo del Bar Olímpico (especialidad en café) donde mi abuelo se dejaba media pensión en monedas de peseta para que yo jugara a la máquina del millón mientras él jugaba al julepe, a las cartas o al dominó, lo que se terciara, o a los Prohibidos (al Bingo, vaya). Allí por las tardes-noches se reunía medio barrio a jugar a la lotería/bingo y para entrar había que dar el santo y seña. Menuda estupidez, como si allí nos estuviéramos jugando el Banco Pastor: aún recuerdo ir con mi padre a buscar a mi abuelo y entreabrirse la puerta preguntar por él al centinela que guardaba la puerta y volver a casa mi padre echándole la bronca a mi abuelo y mi abuelo descojonándose de risa:”bueno, carallo, bueno, por tres patacós vamos ir todos presos?”.
Recuerdo del Campo de Marte, donde jugar al fútbol o a la pelota, más bien era tarea imposible, pues la ley de la gravedad tendía a llevar el balón calle abajo dirección matadero, y donde hoy se monta la fiesta para alegría y deleite de todos, vecinos o no vecinos.
Recuerdo del trolebús, aquél ingenio eléctrico del que sabías si iba a pasar o no si vivías por ejemplo en la Avenida de Hércules o en una calle por donde pasara, pues los cables del tendido aéreo estaban en muchos casos mal aislados y toda tu casa daba corriente cada vez que el “trole” pasaba; o cuando se le caían los palos, y bajaba el cobrador por la puerta de atrás cagándose en todo y tardando media hora con las cuerdas en volverlas a poner en su sitio, cosa que no era nada fácil, por cierto.
El cuartel de San Amaro, eficaz despertador cuando tocaban diana, y que en mi casa con un cacho de mar era todo el paisaje que podías ver desde la cocina.
La playa de San Amaro, un experimento científico que prueba que el agua del mar puede estar a varios grados bajo cero y en estado líquido.
El Carnaval y los Canzobres o descendientes del más famoso Choqueiro de Todo el Mundo Mundial, el Sr. Canzobre. Una muestra de cómo el ingenio y la inteligencia podían tumbar la estupidez de un régimen político que buscaba más el que dirán y la represión que el bienestar de sus súbditos.
La Grande Obra de Atocha, donde estudió mi madre y que ayudó a desasnar a la infancia y juventud del barrio, dirigida por la férrea mano de Don Baltasar Pardal, hoy Beato, qué cosas...
Y para mí una calle muy especial, la calle San Roque y su parada de Taxis, donde en un piso de esa calle vivía Doña Pilar, que tenía montada en su casa una escuelita en donde una pila de niños del barrio aprendimos a leer. Me acuerdo de ir allí de la mano de mi padre y de que cuando Doña Pilar veía que ya sabías leer, te cambiaba de mesa y te ponía con los mayores, cómo molaba saber leer , te sentías ya alguien importante, jejejeje.
La tienda de mi abuelo Tomás en la Calle de la Torre, arsenal de caramelos y chucherías para todos los niños del barrio, y como decía en un artículo en La Voz de Galicia César Antonio Molina (gracias, Sr. Ministro), se le conocía como el “de las canicas y las bujainas”. Y su feroz competidora de Monte Alto-Norte, el carrito de Doña Hortensia (vereda del Polvorín, s/n).
La peluquería de Chousa y sus míticos cortes de pelo “a la taza” (te ponían la taza encima y lo que sobraba, aire de tijera). Anda que no tengo yo fotos peinado de esa guisa....
La Calle del Faro, que por orden expresa de mi madre era el Fin del Mundo Conocido en su parte Norte, y en donde había una rivalidad pétrea (a pedradas) con nuestra calle y las de alrededores, paralelas y perpendiculares.
El Cuartel de Artillería, eliminado mediante pelotazo urbanístico y donde aún hoy la gente mayor llama a sus calles por sus antiguos nombres (calle Bombas, Calle Cartuchos, etc.).
Yyyyy, ay, el Papagayo... La cuarta dimensión, lo inexplicable para un niño de mi edad. Escuchar a los mayores decir “vémonos lojo no Papagayo” era bufff, lo indómito, lo inextricable, se me acaban los adjetivos. Hoy en día, un centro comercial, qué cosas.
Y la música, algo con lo que el barrio no podría explicarse a sí mismo. Pocos sitios del barrio había donde por las tardes no vieras un garaje con una puerta de tablas y alguien adentro ensayando pasodobles o las canciones de la época, germen de tantas orquestas que hoy forman parte de la historia de nuestros mayores, y su máxima expresión en el Club del Mar de San Amaro, y de su última y quizás más internacional producto: LOS DIPLOMÁTICOS DE MONTE ALTO y su Sumo Líder, Xurxo Souto.
Hoy en día, y en especial estos últimos diez años, el barrio ha experimentado un cambio espectacular no sólo en su fisonomía con nuevos edificios y equipamientos, sino también en su gente. El reemplazo generacional no ha sido suficiente para llenar los huecos que la vida y la biología ha ido dejando, y que se han ido llenando con gentes no ya de otros barrios sino de otras latitudes, dando al barrio un sabor mestizo-cosmopolita que se puede ver en sus fiestas, especialmente el Martes de Carnaval y con gente como los Kilomberos, que dan un sabor y ambiente impensable décadas atrás.
En fin,. Recuerdos, recuerdos, recuerdos. Franco (el de Ferrol) decía que “sin África, yo no sabría explicarse a mi mismo". Yo, sin Monte Alto, tampoco, y me sorprendo a mí mismo muchos sábados por la tarde paseando con mi hijo e intentado explicarle con palabras que él entienda lo que este pequeño trozo del Universo representa para mí. Un saludo.
Pues sí: yo también “te soy de Monte Alto”. Aunque nacido en la otra punta de la City (entonces no había ni Centro de Salud), soy vecino y me considero como tal a pesar de que ya no vivo allí desde Septiembre de 1.972: con cinco años escasos me fui al “exilio” (jejejeje) del Agra del Orzán.
Y además de Monte Alto, de la Vereda del Polvorín, (ex-Calle de la Mierda, con perdón, y añado yo, a mucha honra!). Mi familia materna llegó al barrio a principios de la década de 1.940, a una de esas casas clónicas de bajo y dos pisos sin ascensor que aún hoy se ven por el barrio (se ve que el molde dió para mucho). Un barrio del que tengo mis primeros recuerdos, sin coches (cada 6 meses pasaba uno, jajajajajaja), y donde podías jugar en la calle hasta las tantas sin tener que estar como hoy atado a la pierna de tus padres o abuelos.
Es increíble cómo a pesar de la poca edad que tenía entonces conservo recuerdos, colores, olores de un barrio que hasta la mitad de los 1990 estaba exactamente igual, con la misma gente pero ya envejecida (se podría haber hecho una película de época poniendo dos o tres coches y tiñendo el pelo a la gente).
De la gente del barrio puedo hablar de los vecinos más próximos de los Franco-Jorge, cuya amistad conservamos en la familia como paño en oro, a pesar de los años transcurridos y de que la vida nos llevó a cada uno por su lado; de los Blanco, los vecinos de arriba, legión de gente trabajadora e impagable, y sobre todo de un personaje muy amigo de mi abuelo y que yo sólo conocía por el nombre de Franco, el sastre. Cada vez que mi abuelo llegaba a casa y le decía a mi madre “veño de ver a Franco”, yo me imaginaba que venía de ver al Caudillo y pensaba “joder, qué abuelo más importante tengo, habla con el Caudillo” (imaginaos la escena, una habitación a oscuras y Franco al fondo con una luz sobre su cabeza y mi abuelo con la boina en la mano en señal de respeto).
Y sobre todo, los más y mejores recuerdos, los de todos y cada uno de los rincones del barrio, de una punta a otra, desde la Torre de Hércules hasta la Plaza de España y las Atochas, de un barrio de gente humilde pero auténtica, donde todos nos conocíamos y sabíamos las obras y milagros de cada uno (y eso que no había Internet).
Recuerdo del Bar Olímpico (especialidad en café) donde mi abuelo se dejaba media pensión en monedas de peseta para que yo jugara a la máquina del millón mientras él jugaba al julepe, a las cartas o al dominó, lo que se terciara, o a los Prohibidos (al Bingo, vaya). Allí por las tardes-noches se reunía medio barrio a jugar a la lotería/bingo y para entrar había que dar el santo y seña. Menuda estupidez, como si allí nos estuviéramos jugando el Banco Pastor: aún recuerdo ir con mi padre a buscar a mi abuelo y entreabrirse la puerta preguntar por él al centinela que guardaba la puerta y volver a casa mi padre echándole la bronca a mi abuelo y mi abuelo descojonándose de risa:”bueno, carallo, bueno, por tres patacós vamos ir todos presos?”.
Recuerdo del Campo de Marte, donde jugar al fútbol o a la pelota, más bien era tarea imposible, pues la ley de la gravedad tendía a llevar el balón calle abajo dirección matadero, y donde hoy se monta la fiesta para alegría y deleite de todos, vecinos o no vecinos.
Recuerdo del trolebús, aquél ingenio eléctrico del que sabías si iba a pasar o no si vivías por ejemplo en la Avenida de Hércules o en una calle por donde pasara, pues los cables del tendido aéreo estaban en muchos casos mal aislados y toda tu casa daba corriente cada vez que el “trole” pasaba; o cuando se le caían los palos, y bajaba el cobrador por la puerta de atrás cagándose en todo y tardando media hora con las cuerdas en volverlas a poner en su sitio, cosa que no era nada fácil, por cierto.
El cuartel de San Amaro, eficaz despertador cuando tocaban diana, y que en mi casa con un cacho de mar era todo el paisaje que podías ver desde la cocina.
La playa de San Amaro, un experimento científico que prueba que el agua del mar puede estar a varios grados bajo cero y en estado líquido.
El Carnaval y los Canzobres o descendientes del más famoso Choqueiro de Todo el Mundo Mundial, el Sr. Canzobre. Una muestra de cómo el ingenio y la inteligencia podían tumbar la estupidez de un régimen político que buscaba más el que dirán y la represión que el bienestar de sus súbditos.
La Grande Obra de Atocha, donde estudió mi madre y que ayudó a desasnar a la infancia y juventud del barrio, dirigida por la férrea mano de Don Baltasar Pardal, hoy Beato, qué cosas...
Y para mí una calle muy especial, la calle San Roque y su parada de Taxis, donde en un piso de esa calle vivía Doña Pilar, que tenía montada en su casa una escuelita en donde una pila de niños del barrio aprendimos a leer. Me acuerdo de ir allí de la mano de mi padre y de que cuando Doña Pilar veía que ya sabías leer, te cambiaba de mesa y te ponía con los mayores, cómo molaba saber leer , te sentías ya alguien importante, jejejeje.
La tienda de mi abuelo Tomás en la Calle de la Torre, arsenal de caramelos y chucherías para todos los niños del barrio, y como decía en un artículo en La Voz de Galicia César Antonio Molina (gracias, Sr. Ministro), se le conocía como el “de las canicas y las bujainas”. Y su feroz competidora de Monte Alto-Norte, el carrito de Doña Hortensia (vereda del Polvorín, s/n).
La peluquería de Chousa y sus míticos cortes de pelo “a la taza” (te ponían la taza encima y lo que sobraba, aire de tijera). Anda que no tengo yo fotos peinado de esa guisa....
La Calle del Faro, que por orden expresa de mi madre era el Fin del Mundo Conocido en su parte Norte, y en donde había una rivalidad pétrea (a pedradas) con nuestra calle y las de alrededores, paralelas y perpendiculares.
El Cuartel de Artillería, eliminado mediante pelotazo urbanístico y donde aún hoy la gente mayor llama a sus calles por sus antiguos nombres (calle Bombas, Calle Cartuchos, etc.).
Yyyyy, ay, el Papagayo... La cuarta dimensión, lo inexplicable para un niño de mi edad. Escuchar a los mayores decir “vémonos lojo no Papagayo” era bufff, lo indómito, lo inextricable, se me acaban los adjetivos. Hoy en día, un centro comercial, qué cosas.
Y la música, algo con lo que el barrio no podría explicarse a sí mismo. Pocos sitios del barrio había donde por las tardes no vieras un garaje con una puerta de tablas y alguien adentro ensayando pasodobles o las canciones de la época, germen de tantas orquestas que hoy forman parte de la historia de nuestros mayores, y su máxima expresión en el Club del Mar de San Amaro, y de su última y quizás más internacional producto: LOS DIPLOMÁTICOS DE MONTE ALTO y su Sumo Líder, Xurxo Souto.
Hoy en día, y en especial estos últimos diez años, el barrio ha experimentado un cambio espectacular no sólo en su fisonomía con nuevos edificios y equipamientos, sino también en su gente. El reemplazo generacional no ha sido suficiente para llenar los huecos que la vida y la biología ha ido dejando, y que se han ido llenando con gentes no ya de otros barrios sino de otras latitudes, dando al barrio un sabor mestizo-cosmopolita que se puede ver en sus fiestas, especialmente el Martes de Carnaval y con gente como los Kilomberos, que dan un sabor y ambiente impensable décadas atrás.
En fin,. Recuerdos, recuerdos, recuerdos. Franco (el de Ferrol) decía que “sin África, yo no sabría explicarse a mi mismo". Yo, sin Monte Alto, tampoco, y me sorprendo a mí mismo muchos sábados por la tarde paseando con mi hijo e intentado explicarle con palabras que él entienda lo que este pequeño trozo del Universo representa para mí. Un saludo.